La ansiedad consiste en el conjunto de reacciones físicas y psicológicas que ocurren ante la presencia de un peligro. La respuesta de ansiedad se encuentra presente desde el nacimiento, siendo un mecanismo natural con el que nacemos. La ansiedad no solo aparece por peligros externos y objetivos, sino también por otros de carácter interno y subjetivo, e incluso por miedos inconscientes.
Si la reacción de ansiedad es muy intensa ya sea porque la amenaza realmente sea enorme o porque nuestros mecanismos de respuesta ante los peligros esté desajustado, la reacción física y psicológica lejos de ayudar a hacer frente a la amenaza, se transformará en un peligro agregado.
La alarma interna que supone la ansiedad, no debe alcanzar niveles excesivamente elevados, si así lo hiciera hay que reducirla. La mejor forma de reducir la ansiedad es eliminar el peligro que la ha provocado, pero no siempre es posible, en especial cuando el peligro es interno, subjetivo o inconsciente.
El comer, o más exactamente masticar, al suponer un gasto de energía y al implicar una forma de desgarrar y triturar (actividad un tanto agresiva) se transforma en una forma de reducir la ansiedad, forma rápida y pasajera pero al alcance del paciente.
Si el comer como recurso anti-ansiedad se transforma en algo habitual con el tiempo se engordará, incluso estableciendo en algunas personas un círculo vicioso donde la ansiedad se reduce comiendo, por ende engordando, y este aumento de peso genera un motivo de alarma, de preocupación, por lo que nuevamente aparece la ansiedad y una vez más se come como mecanismo compensador.
Cuando la causa que motiva la ansiedad no se identifica, la persona entra en un estado de ansiedad continua, que de forma muy frecuente alivia comiendo.
Las causas que más frecuente despiertan una ansiedad crónica son:
• Miedo a ser abandonado: a quedar desvalido, desatendido, olvidado por los seres más cercanos e importantes (padres, cónyuge o hijos)
• Miedo a no controlar los propios impulsos agresivos: ya sea relacionados a determinadas personas, a un pasado violento o a fantasías infantiles de agresión.
• Miedo a no controlar impulsos sexuales: como tendencias homosexuales o deseos inapropiados.
• Miedo a perder la estabilidad laboral y económica: generalmente más frecuente en el sexo masculino debido a la responsabilidad que en el recae.
• Miedo a la despersonalización: si bien se encuentra en estados graves de depresión, puede observarse en personas de estado psicológico normal, sometidas a cambios bruscos en su modo de vivir donde el comer en forma exagerada reduce la ansiedad que ello provoca.
• Miedo a que la vida se deslice por senderos imposibles de controlar: se observa cuando los acontecimientos que afectan a un apersona supera su capacidad de adaptación.
• Miedo a no alcanzar metas personales o estándares sociales.
• Miedo a la repetición de acontecimientos traumáticos.
La ansiedad puede adoptar diversas formas pero aquella más relacionada con la obesidad es la ansiedad generalizada, es decir aquella que está presente a niveles no muy elevados, pero es casi permanente. Este tipo de ansiedad al no ser muy elevada, consigue un porcentaje de reducción importante con el acto de comer. Al ser constante su presencia y su reducción con el comer, provoca un aumento de peso.
2.2.3 Valor simbólico de los alimentos
Muchos alimentos poseen además de sus cualidades alimenticias, un valor simbólico y emocional por estar, muchos de ellos, asociados en nuestro cerebro a recuerdos buenos o malos, a situaciones, personas, etapas de la vida, etc.
Existen asociaciones más o menos compartidas por la mayoría de la población, como asociar las tortas y postres a momentos de grata celebración de cumpleaños, a la experiencia de ser agasajados por sacar buenas notas, los helados a vacaciones de verano, a momentos de mayor libertad, etc. Pero hay asociaciones más individuales y de importantes consecuencias cuando de adelgazar se trata.
Este valor simbólico puede aparecer unido a diferentes circunstancias:
�� Por el hecho de que ese alimento se produjera de una manera única o especial para la persona (por ejemplo cuando la persona ha notado lo especial que era para su madre o padre, u otro familiar y se le cocinaba cierto alimento o se lo hacían de determinada manera);
�� Cuando el alimento va unido a la presencia de una persona importante desde el punto de vista de los afectos, o a un estado de ánimo determinado de una figura cercana e importante (pueden ser los padres o hermanos, pero también tíos y abuelos, o cualquier persona especialmente cercana);
�� Cuando su consumo era recibido como premio (esta asociación puede ser de mayor importancia en aquellos momentos de la vida en que la persona tiene la sensación de no ser reconocida por el entorno);
�� Cuando generalmente era reservado para la persona que tenía status familiar más alto y reconocido (en estas condiciones, un determinado alimento adquiere la impronta de una distinción social);
�� Cuando haya sido consumido con ocasión del fin de un período de calamidad, desastre, miedo, angustia... (en estos casos, el alimento ha sido asociado al alivio que se produce al acabar la situación desagradable. Por tanto, se hace más necesario su consumo cuando consciente o inconscientemente se perciba como calamitosa, desastrosa, peligrosa o angustiosa una situación presente o que amenaza con presentarse)
�� Por consumirse regularmente con ocasión del encuentro, de la reunión, gratificante entre otras personas, generalmente familiares, pero también amigos u otras (especialmente si las personas a cuyo recuerdo va unido el alimento ya no están al alcance, por fallecimiento o por simple ruptura afectiva. Estos alimentos resultan una mayor tentación en momentos de soledad).
El simbolismo con el que están cargados algunos alimentos, o mejor sería decir, el simbolismo especial que algunos de ellos tienen, puesto que prácticamente todo lo que comemos evoca en nosotros una valoración más allá de los puramente alimenticio, se da de manera individual para cada persona, no pudiendo, pues extrapolar nunca el significado que tiene una comida para una persona a otra.
El no comer lo que apetece con intensidad, o el comer algo “por última vez” , suele ser con frecuencia preludio de atracones, por tanto, prescindir de los alimentos de gran valor afectivo-emocional, puede socavar los esfuerzos por cumplir un plan nutricional de adelgazamiento, ya que están satisfaciendo una necesidad psicológica más que nutricional. Es necesario recordar que la viabilidad del régimen debe estar por delante de su rapidez para conseguir una adhesión a más largo plazo.
Reiterando, muchos alimentos están asociados en nuestra mente a recuerdos agradables o desagradables, a situaciones, personas, emociones... y muchas de estas asociaciones son necesarias para la estabilidad psicológica. Es imprescindible identificar si existen estas asociaciones en la persona obesa que se encuentra en tratamiento, para que no constituya un obstáculo del mismo.
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